Una manera estúpida de vivir - Manfred Max-Neef


Una manera estúpida de vivir
Manfred Max-Neef

*Adaptado de la conferencia en el marco de la Conmemoración de
Schumacher en Bristol, Inglaterra, el 8 de octubre de 1989.



La idea
Desde niño me ha preocupado lo que considero una cuestión
importante: «¿Qué es lo que hace únicos a los seres humanos?
¿Hay algún atributo humano que ningún otro animal posea?»
La primera respuesta recibida fue que los seres humanos tenemos
alma, y los animales no. Esto me sonó extraño y doloroso, porque
amaba y amo a los animales. Además, si Dios era tan justo y
generoso –hecho que yo todavía creía firmemente en esos días–
no hubiera hecho semejante discriminación.
O sea, que no me convencí.

Varios años más tarde, bajo la influencia de mis primeros
maestros, se me llevó a concluir que nosotros éramos los únicos
seres inteligentes, mientras que los animales sólo tienen instintos.
No me llevó mucho tiempo darme cuenta que estaba otra vez
sobre la pista falsa. Gracias a las contribuciones de la etología,
hoy sabemos que los animales también poseen inteligencia. Y
reflexioné, hasta que un día finalmente creí que lo tenía -los seres
humanos son los únicos seres con sentido del humor. Otra vez fui
desengañado por estudios que demuestran que hasta los pájaros
se hacen bromas entre sí y se «ríen».
Ya era un estudiante universitario y había casi decidido rendirme,
cuando mencioné a mi padre mi frustración. Simplemente me miró
y dijo: «¿Por qué no intentas por el lado de la estupidez?».
Aunque al principio me sentí impactado, los años pasaron,
y me gustaría anunciar, a menos que alguien más pueda reclamar
una precedencia legítima, que estoy muy orgulloso de ser probablemente
el fundador de una nueva e importante disciplina: la Estupidología.
Sostengo, por lo tanto, que la estupidez es un rasgo único de los ser es
humanos. ¡Ningún otro ser vivo es estúpido, salvo nosotros!

Claro que estas afirmaciones pueden sonar extrañas y hasta
caprichosas al principio. Pero en el período escolar de invierno en
1975, dicté un curso en el Wellesley College de Massachusetts,
abierto también para estudiantes del Massachusetts Institute of
Technology (MIT), cuyo título fue «Investigación sobre la naturaleza
y las causas de la estupidez humana». Como se podrán imaginar fue
un curso muy concurrido. La gente pensó que iba a ser divertido, y de
hecho las dos primeras clases lo fueron. Durante la tercera clase los
participantes empezaron a verse un poco más serios, y en la cuarta
sesión ya había caras largas. A medida que el curso avanzó, todos
descubrimos que el tema era bastante serio.


La crisis
Pero, ¿por qué menciono esto ahora?. Soy una persona que viaja
mucho, quizás demasiado. Fue así que hace pocos meses completé
mi tercer viaje alrededor del mundo en dos años. Resultó ser
una experiencia muy especial, y me sucedió algo que nunca antes
me había pasado, mientras estaba en Bangkok, la capital de uno
de mis países asiáticos favoritos. La primera mañana me desperté
sintiendo una gran depresión, como si estuviera enfrentando una
crisis existencial profunda. No creo que pueda expresarse con
palabras, pero la sensación fue algo así: «He visto demasiado.
No quiero ver más. ¡Estoy harto !». Era un sentimiento horrible,
atemorizante, y me pregunté: «¿por qué estoy sintiendo esto?».

La respuesta llegó con la súbita constatación de que lo que crece
con mayor velocidad, y se difunde con la mayor eficiencia y
aceleración en el mundo moderno, es la estupidez humana.
Ya sea cuando conocí la etapa final de un plan que arrasó miles de
poblados rurales en Rumania con el fin de modernizar y expandir
la producción agrícola1; o cuan do presencié el colosal programa
de transmigración en Indonesia, financiado por el Banco
Mundial, que desarraigó millones de personas y las transportó
de un lado a otro del país en nombre del desarrollo;
o cuando las autoridades del desarrollo en Tailandia
anunciaron orgullosas que en el norte, que permanecía aún
densamente forestado, se desmantelarían cientos de poblados,
cuyos pobladores serían reinstalados en catorce centros
urbanos «con todas las comodidades que requiere una
sociedad moderna»; todas esas acciones reflejaban el mismo
tipo de estupidez.

Me di cuenta entonces que la estupidez es una
fuerza cósmicamente democrática. Nadie está a salvo. Y ya
sea en el norte, el sur, el este o el oeste, cometemos las mismas
estupideces una y otra vez. Parece existir algo que nos vuelve
inmunes a la experiencia.

Pero no todo era oscuridad, sin embargo. En el medio de
mi crisis, me di cuenta de que se están abriendo caminos, y
existen también signos positivos. En realidad, al final, me
invadió la sensación de que estaba presenciando los últimos
cien metros de una carrera de diez kilómetros entre dos fuerzas
irreconciliables, y que una de ellas iba a ganar por una nariz,
y que todo parecía indicar que sería la nariz más importante de la
historia humana.

Dos fuerzas, dos paradigmas, dos utopías, desarrolladas
en forma brillante en el libro de Vandana Shiva «Abrazar la vida»
', que producen un mundo esquizofrénico. Cualquier persona
sensible no puede evitar caer en un estado esquizofrénico.
Esa es nuestra realidad y no podemos engañarnos.
Entonces la pregunta es cómo hacemos frente a esta situación.
¿Cómo la interpretamos? O también, ¿cómo llegamos a caer en una
situación así, si el mundo no fue siempre esquizofrénico,
según creo honestamente?.

El resultado fin al de mi crisis fue positivo.
Pocos días después me encontraba con mi esposa en una maravillosa
isla de Polinesia - el lugar perfecto para volver a enamorarse de la vida.
Imaginen el caminar en el agua cristalina de un magnífico arrecife de coral
y los peces que vienen a comer de nuestra mano.

Fue maravilloso, comencé a recuperarme, y pude así continuar
mis reflexiones en circunstancias más propicias.

Siempre sucede que uno recibe ayuda de los amigos, no sólo
de los que uno conoce personalmente, sino de los amigos que se
han hecho a través de los libros. En esta ocasión, fue Ludwig
Wittgenstein el que vino en mi ayuda. Me concentré de nuevo en
el problema del lenguaje. El lenguaje no es sólo una expresión de
cultura, sino que también genera cultura. Si el lenguaje es pobre,
la cultura será pobre. Pero el tema es que también estamos
atrapados por el lenguaje. El lenguaje es una forma de prisión.
La forma en que utilizamos las palabras o conceptos influencia y
hasta a veces determina no sólo nuestro comportamiento sino
también nuestras percepciones. Cada generación, como señalaba
el gran filósofo español Ortega y Gasset, tiene su propio tema,
osea, su propia preocupación. Yo agregaría que cada generación
tiene también su propio lenguaje, que la atrapa.


La coacción del lenguaje
Estamos atrapados, nos guste o no, en el lenguaje de la economía,
que ha domesticado al mundo entero. Un lenguaje nos doméstica
cuando logra empapar toda nuestra vida cotidiana y nuestras
formas cotidianas de expresión. El lenguaje de la economía se
utiliza en la cocina, entre amigos, en las asociaciones científicas,
en los centros culturales, en el club, en el lugar de trabajo, y hasta
en el dormitorio. En cualquier lugar del mundo, estamos
dominados por el lenguaje de la economía y esto influencia en
gran medida nuestro comportamiento y nuestras percepciones.

Pero el hecho de que estemos domesticados por un lenguaje
determinado, no necesariamente es negativo, aunque en este caso
puede serlo. Todo se reduce a una cuestión de coherencia e
incoherencia. Paso a explicar.

A fines de los años veinte y principios de los treinta, durante
el período conocido corno la «Gran Crisis Mundial», surgió el
lenguaje de la macroeconomía keynesiana. La macroeconomía
keynesiana no fue sólo consecuencia de la crisis, sino que
permitió su interpretación, y fue además una herramienta
eficiente para superarla. Fue un caso de lo que yo llamo un
lenguaje coherente con su desafío histórico.

El siguiente cambio en el lenguaje ocurrió en los años cincuenta,
cuando hizo su aparición el «lenguaje del desarrollo».
Aunque Joseph Schumpeter ya había escrito sobre los conceptos
del desarrollo económico en los años veinte, no fue hasta los años
cincuenta que se puso de moda. Pero el lenguaje del desarrollo no
fue consecuencia de una crisis, más bien lo contrario. Fue un
lenguaje que respondió al entusiasmo generado por la
espectacular reconstrucción económica de la Europa de la
postguerra. Era un lenguaje optimista basado en el profundo
sentimiento de que al fin se había encontrado la forma de
erradicar la pobreza del mundo. Recordemos algunos de sus
clichés: industrialización rápida, modernización, urbanización,
gran impulso, despegue, crecimiento autosustentado, etc.
Produjo muchos y muy importantes cambios durante los años
cincuenta y sesenta, cambios que parecían justificar el optimismo.
En cierta manera, fue otra vez un caso de coherencia entre el
lenguaje y el desafío histórico.

Desde mediados de los setenta y durante todos los años
ochenta (década que fue bautizada en los círculos de las Naciones
Unidas como la «década perdida»), surgió una nueva crisis, una
megacrisis que nos enfrenta, una megacrisis que todavía no
podemos interpretar en toda su magnitud. Lo extraño acerca de
esta crisis es que no ha generado su propio lenguaje.
En esta megacrisis todavía usamos el lenguaje del desarrollo,
«enriquecido», por así decirlo, con la introducción de los
principios más reaccionarios desenterrados del cementerio de la
economía neoclásica. Entonces lo que tenemos ahora es un
lenguaje basado en el entusiasmo del crecimiento y la expansión
económica ilimitados frente a una realidad de crecientes colapsos
sociales y ecológicos. Esto significa que estamos viviendo -y esto
puede ser una de las características principales de la crisis actualen
una situación de incoherencia peligrosa: nuestro lenguaje es
incoherente con nuestro desafío histórico.


Esto no ocurre porque no haya aparecido un lenguaje alternativo.
Existen lenguajes alternativos que pueden probar que son
más coherentes, pero lo cierto es no han logrado terminar con el
viejo lenguaje. Lo que en realidad vemos es que en el mejor de
los casos, algunos conceptos de los lenguajes alternativos han
logrado penetrar el lenguaje todavía dominante, pero simplemente
como adjetivos. Representan solamente arreglos cosméticos.
Tomemos el concepto de sustentabilidad (a pesar de todas
las discusiones bizantinas que se dan en cuanto a su definición),
que se ha transformado en crecimiento sustentable.
No se discuten los méritos del crecimiento ilimitado, porque sus
pretendidas virtudes son un componente fundamental del
fundamentalismo económico convencional. Entonces, todo lo
que el lenguaje dominante permite es hablar de un crecimiento
«mejor».


¿Por qué los lenguajes alternativos no logran penetrar más?
Una de las razones es que muchos de los llamados esfuerzos
alternativos no se dirigen a aquellos que todavía adhieren a
posiciones convencionales y tradicionales. Parece haber una
actitud prevalente, resumida en observaciones como: «No les
hablamos»; después de todo, «los académicos no valen la pena»;
«la ciencia occidental es dañina»; «los hombres de negocios son
insensibles». Pero entonces, si no somos capaces de dialogar en
forma inteligente, nunca dejaremos de ser esquizofrénicos.
Los escépticos seguirán existiendo; no podemos pretender que
abandonen el planeta. Entonces, aquellos que hacen esfuerzos
por cambiar las cosas, también tendrán que intentar hacerse
entender por los demás. Ahora nos toca a nosotros, y
debemos tener sentido de la autocrítica. Nunca me sumaría a la
idea de que somos los dueños de la verdad; eso sería muy
arrogante. Simplemente presumo que estamos buscando algo
con buena fe, pero también podemos equivocarnos, y dentro de
veinte años, quizás digamos: «¡Qué ingenuo fui, qué absurda
que era mi posición! Nunca me imaginé esto y aquello».

No está mal equivocarse; sí está mal ser deshonesto, y no nos
podemos dar el lujo de serlo. Formulamos propuestas, hacemos
proposiciones, y esto es natural entre seres humanos.
Tendemos a pensar, que cada propuesta es justa o equivocada.
Por eso es que somos tan apasionados cuando tomamos partido.
Yo recomendaría otra vez recurrir a Wittgenstein porque es una
forma de darse cuenta que las proposiciones no son
necesariamente verdaderas o falsas. De hecho, quizás la
mayoría de las proposiciones son carentes de sentido, y es
importante tenerlo en cuenta. También deberíamos darnos
cuenta que es muy peligroso caer en pensamientos rígidos y
poco flexibles. Hemos vivido experiencias históricas de
intolerancias fundamentalistas de todo tipo y color.
A veces tiemblo cuando pienso en la posibilidad de una futura
intolerancia fundamentalista verde.



¿Existen soluciones?
Este mundo está harto de grandes soluciones. Está cansado de
gente que sabe exactamente lo que hay que hacer. Está aburrido
de gente que anda con el portafolio lleno de soluciones buscando
problemas que encajen con esas soluciones. Creo firmemente
que debemos comenzar a respetar un poco más la capacidad de
reflexión y el poder del silencio.

Este mundo quizás necesite algo sumamente simple -que
seamos; pero cuando digo ser, no me refiero a ser esto o aquello.
Es, en mi opinión, el cambio personal más grande al que nos
enfrentamos: ser lo suficientemente valientes para ser.

Dado que aquí estamos todos preocupados por el bienestar
humano y la salud de nuestro planeta, permítanme recordarles
algunos hechos. Primero, estamos viviendo en un planeta en el
cual las sociedades están cada vez más interconectadas e
interdependientes en todo lo que es positivo y también en todo lo
que es negativo. En realidad, así es como debe ser en cualquier
sistema viviente. Sin embargo, debido a la característica humana
de la estupidez, desaprovechamos las condiciones de
interdependencia y de conexión, que darían una oportunidad a la
solidaridad para desplegar sus posibilidades sinérgicas, y así
superar nuestra grave situación. Parece que todavía preferimos la
eficiencia económica de la avaricia y la dinámica política de la
paranoia. Esto hace que siga en pie un sistema global en el que la
pobreza sigue creciendo en todo el mundo y una gran parte del
esfuerzo científico y tecnológico está directa o indirectamente
dirigido hacia asegurar las posibilidades de destruir a toda la
especie humana.

Segundo, ya no tiene sentido hablar de países desarrollados y
países en vías de desarrollo, a menos que agreguemos otra
categoría: países en vías de subdesarrollo. Esta sería la categoría
correcta para denominar a varios de los actuales países ricos, en
los que la calidad de vida de la población se está deteriorando a
ritmos alarmantes. Tomemos un caso extremo. A principios de
octubre de 1989, el Miami Herald p ublicó que en Estados
Unidos, uno de cada cinco niños vive por debajo de la línea
de pobreza. Una proyección advierte que para el años 2010 esta
proporción aumentará a uno de cada tres. Y ese país que posee el
6% de la población mundial, consume casi el 45% del total de la
energía utilizada en el mundo.

Tercero, una de las condiciones más trágicas, por la que la
humanidad en conjunto debería sentir vergüenza, es que hemos
logrado construir un mundo en el que, según datos de UNICEF,
la mayoría de los pobres son niños, y, aún peor, donde la mayoría
de los niños son pobres. Una cosa debe quedar clara: no podemos
seguir pretendiendo que podemos resolver una pobreza insustentable
por medio de la instrumentación de un desarrollo insustentable.

La paradoja es, me parece, que sabemos mucho pero
comprendemos muy poco. Permítanme elaborar un poco más
esta afirmación.

Tendemos a pensar que una vez que describimos y
explicamos algo, ya lo hemos comprendido. Esto es un error
porque, como observamos en el capítulo anterior, describir más
explicar, no es igual a comprender. Permítanme recordarles el
ejemplo de la página 136: nunca podrán comprender el amor si
no se enamoran. Esto es válido para cualquier sistema viviente.
No se puede pretender comprender algo de lo que no se forma
parte. Por esta razón, ¿cómo pretendemos comprender una
sociedad, un mundo, un planeta, una biosfera, si nos apartamos
de ellos?.

¿Cuántos de nosotros realmente comprendemos los
problemas que estamos tratando de resolver? La resolución de
problemas pertenece al campo del conocimiento y requiere un
pensamiento fragmentado. En el campo de la comprensión, el
planteo de problemas y la resolución de problemas no tienen
sentido, porque debemos enfrentarnos a transformaciones que
comienzan con y dentro de nosotros mismos.


El futuro posible
¿Y qué pasará en el futuro?. Con respecto a este tema, me gustaría
compartir con ustedes la idea de un buen amigo mío, el
distinguido ecólogo argentino Dr. Gilberto Gallopin, que ha
propuesto tres posibles versiones del futuro.

La primera, es la posibilidad de la extinción total o parcial de
la especie humana. La forma más obvia de que esto ocurra es a
través de un holocausto nuclear, el cual, según sabemos, se basa
en el principio de la Destrucción Mutuamente Asegurada. Pero
además del holocausto nuclear, hay una serie de procesos
actuales que pueden causar dicha situación: el deterioro del
medio ambiente, la destrucción de los bosques, la destrucción de
la diversidad genética, la polución de los mares, lagos y ríos,
la lluvia ácida, el efecto invernadero, la reducción de la capa de
ozono, y otros.

La segunda posibilidad es la barbarización del mundo.
Algunas características serían el surgimiento de «burbujas» de
enorme riqueza, rodeadas de barricadas o fortalezas para proteger
esa riqueza de los inmensos territorios de pobreza y miseria que
se extienden más allá de las barricadas. Es interesante destacar
que esta versión aparece cada vez más en la literatura de
ciencia ficción de la última década. Es como la atmósfera de
Mad Max, tan brillantemente descrita por los australianos en
ese film. Muchos de estos síntomas ya se encuentran en algunas
actitudes mentales y en la existencia real de áreas aisladas para
los muy ricos, que no quieren contaminarse visual, auditiva o
físicamente con la pobreza. Un componente de esta
versión será el resurgimiento de regímenes represivos, que
cooperarán con las élites ricas e impondrán condiciones de vida
cada vez peores a los pobres.

La tercera versión presenta la posibilidad de una gran
transición -el pasaje de una racionalidad dominante de
competencia económica ciega y de codicia, a una racionalidad
basada en los principios de la solidaridad y el compartir.
Podríamos llamarlo el pasaje de una Destrucción Mutuamente
Asegurada a una Solidaridad Mutuamente Asegurada. La
pregunta es si podemos hacerlo. ¿Tenemos las herramientas, la
voluntad y el talento para construir una Solidaridad Mutuamente
Asegurada? ¿Podremos vencer la estupidez que hace que
posibilidades como esa queden fuera de nuestro alcance? Creo
que sí podemos, y que tenemos la capacidad. Pero no nos queda
mucho tiempo.

Queremos cambiar el mundo, pero nos enfrentamos a una
gran paradoja. En esta etapa de mi vida, he llegado a la conclusión
de que no soy capaz de cambiar el mundo, ni siquiera una
parte de él. Sólo tengo el poder de cambiarme a mí mismo.
Y lo fascinante es que si decido cambiarme a mí mismo, no hay fuerza
policial en el mundo que pueda impedirme hacerlo.
La decisión depende de mí, y si quiero hacerlo, puedo hacerlo.
Pero el punto fascinante es que si yo cambio, puede ocurrir algo en
consecuencia que conduzca a un cambio en el mundo. Pero
tenemos miedo de cambiar. Siempre es más fácil intentar cambiar
a los otros. La enseñanza de Sócrates fue: «Conócete a ti mismo»,
porque sabía que los seres humanos tienen miedo de conocerse.
Sabemos mucho de nuestros vecinos, pero muy poco sobre
nosotros mismos. Entonces, si simplemente pudiéramos cambiar
nosotros mismos podría darse la posibilidad de que algo
fascinante pudiera suceder en el mundo.

Espero que llegue el día en que cada uno de nosotros sea lo
suficientemente valiente para poder decir, con toda honestidad:
«Soy, y porque soy, me volví parte de…». Me parece que este es
el camino correcto a seguir si queremos poner fin a una manera
estúpida de vivir.

Traducción: Soledad Domínguez